Hacia 1936 el aspecto de Puerto Aysén era chato y aplastado. No se caminaba bien ante la amenaza de nuevos chubascos y había que cuidarse, como decían las costureras de la tía Encarnación. Por doquier se veía una edificación preferentemente de un piso y de poca densidad, aunque había construcciones más grandes que rompían la monotonía del conjunto. La idea desde un principio fue levantar casas de 2 y 3 pisos más algunos galpones que completaban el pueblo. Predominaban las construcciones más elevadas, que podían ser exclusivamente casa habitación o una combinación de almacén abajo y habitación arriba. ¡Había gran cantidad de comercio! Los pocos hoteles eran edificios de mayores dimensiones y casi todas construcciones de madera y algunas forradas de zinc, material que se usaba generalmente para techar.
Algunas características del puerto
En 1936, Puerto Aysén no podía aún pretender ser más que un pueblo. Algunos lo renegaban, pero otros lo amaron siempre. Ese mismo año se contabilizaron alrededor de 330 casas que, a pesar que abarcaban casi la totalidad de la planta urbana, no formaban conglomerado muy denso, revelando un progreso evidente respecto del pantano que en 1928 estaba centrado en las instalaciones de la SIA.
Sus calles difícilmente podían llamarse tales y sus veredas menos. Su desaseo era característico. Lo más ordenado y particular del puerto lo constituía el comercio y el servicio público.
La llegada de don Vicente a la radio
Quiero enfocarme en esta descripción porque hoy me llegan atesorados recuerdos testimoniales de gente que conoció esos tiempos y cuyas palabras me dejaron muchos años reflexionando. Hoy vuelvo a recordar a miles de entrevistados que escuché y con un nudo en la garganta los vuelvo a tener a mi lado tal y cual llegaron hasta mí.
Cierta tarde de invierno cruzó la puerta de radio Santa María La Vieja, don Vicente Muñoz Ballesteros, el primer trabajador de la Copec de Puerto Aysén y Coyhaique, en momentos en que me encontraba en el jueves de grabaciones y pruebas para la edición del gran programa Los que Llegaron Primero. Vicente era viejo ya y se quedó esperando mi salida de la sala. Venía acompañado por dos parientes que le ayudaron a incorporarse para encontrarnos en el vano de la puerta y sentarnos a conversar. Cuando terminamos, una hora más tarde, ya tenía yo la cabeza llena de sus impresiones y miles de datos que hasta entonces desconocía completamente.
Había caído la noche y Vicente estaba ahí, quieto y en silencio, casi emocionado y esperando pacientemente mi llegada. Alguien de los que permanecían a su lado me comentaría días después que nadie de los tres habló una sola palabra. Todo lo dijo y lo expresó mi nuevo amigo Vicente, a través de un largo espasmo de datos acumulados por años. Es que, al parecer, se lo había propuesto como una imposición.
El tiempo se ha encargado de realzar y acentuar la imagen de este buen hombre, trabajador de los principios en medio de una demasiado ancha calle Chile Argentina del principal puerto y a la sazón la capital del territorio. Digo esto porque a medida que avanzaron esos años, el trabajo recopilatorio se engrandeció y cobró dimensiones valóricas.
Yo no sabía quién era este hombre, hasta que alguien me deslizó una carta donde leí que la familia había querido escribir a la producción de los domingos para ver si salía en el famoso programa. Esa tarde de radios apareció don Vicente en persona y le abracé lo más suavemente posible encontrándome con sus callosas manos arrugadas. Apenas le escuché decirme que era muy bonito oírme los domingos y que le gustaría hablar ahí con su voz, aunque había algunos que aparecían y no eran tan pioneros ya que habían llegado mucho después que yo.
Avanzaba por la vida con muletas, pues había tenido un feo accidente con una sierra que le arrancó de cuajo una pantorrilla. Según un cronista de la época, este señalado despachador de bencina trabajó la friolera de 9 mil 125 días sin faltar una sola vez a la labor. Esto equivale a alrededor de cien mil horas laborales. Hoy, aquello no es noticia como lo era antes.
Los primeros movimientos de las bombas bencineras
Fue en 1927 que comenzaron a despacharse los primeros litros de bencina como producto a la venta en la provincia de Aysén. Los únicos depósitos disponibles consistían en unos surtidores muy especiales que se ven sólo en fotos antiguas, que presentaban una estructura hexagonal, eran altos y angostos, y los cubría siempre una esfera redonda en la parte superior. Hubo varios. En la calle Chile Argentina por ejemplo se podían observar dos y también uno en calle Baquedano que según lo que me han contado fue instalado y explotado por el pionero español Saturnino Galilea y otro por el italiano Antonio Molettieri. Fue ese año justamente en que hicieron su aparición los primeros vehículos motorizados que ocupaban los escasos caminos de trocha angosta entre las estancias, especialmente el tramo que endilgaba desde la Administración de la Escuela Agrícola hasta Puesto El Zorro, Coyhaique Alto, ruta Punta El Monte y Ñirehuao hasta entroncar en El Balseo. Anterior a eso los vehículos circulaban por sobre esos malos caminos de las estancias y muy pocos disponían de combustible, el que era traído de los poblados argentinos para auto surtirse. Como había pocos transportistas, ellos, los privilegiados José Calvo y Chepo Muñoz surtían a los camioneros.
La circulación comercial de los vehículos se efectuaba por los caminos y sendas que unían diversos puntos del territorio. La vía principal era la que unía Puerto Aysén con Baquedano y Valle Simpson, incluso hasta llegar a Balmaceda y las fronteras
Los primeros días del nuevo despachador de la Copec
Cuando se instaló Copec en el puerto fue una fiesta, ya que los escasos camioneros de entonces sabían que no tendrían que ir a conseguirla a la Argentina. Ahí vieron por primera vez a un joven con muletas que se hacía llamar Vicente. Ganaba un sueldo de 180 pesos y era afable y acomedido con los exclusivos clientes ayseninos. El primer agente para la zona de la Compañía de Petróleos de Chile estaba ahí, trabajaba y era representante de la firma para Aysén. Se llamaba Luis de la Quintana. Pero quien ayudaba, estimulaba y aconsejaba verdaderamente al novel trabajador Muñoz era Francisco Pancho Quezada, uno de los camioneros más emblemáticos de las primeras rutas ayseninas. Gracias a él, gracias a sus gestiones y la fuerza de sus convicciones, pudo llegar la agencia de la Copec a esta zona. No sólo puso la fianza que se necesitaba para el trámite (una especie de cheque en garantía), sino que además defendió a ultranza esta alternativa, dando pruebas de garantía por una seguridad total para el cometido. Posteriormente pasaron como agentes por la Copec Fidel Henríquez Cornish, Roberto Cárdenas y Ramón Fernández Diez.
En un principio la bencina se vendía en galones de 18 litros. Eran las latas de gasolina. El litro costaba 85 centavos y los pequeños depósitos de almacenaje que quedaban en un local comercial que estaba justo en el lugar de expendio, permanecían siempre abarrotados de latas, en un tiempo en que los niveles de seguridad eran bastante precarios.
En Julio de 1962 se le brindó un justo reconocimiento a este trabajador vitalicio, cuyo retiro se produjo por los años 80. El mismo escogió el día para ser homenajeado, y que el premio y el estímulo que recibiría por parte de la Municipalidad, se lo entregue don Pedro Schultteis, el primer chofer que efectuó el recorrido Coyhaique-Aysén. En esa época don Pedro ya había fallecido, y Muñoz no lo sabía, por lo que se le asignó el honor de representarlo a su amigo del alma Pancho Quezada, otro de los insignes camioneros de la época.
A veces estas figuras humanas que poblaron los principios del territorio son descollantes. Sus acciones escapan completamente de la normalidad. Es el caso de Muñoz Ballesteros, cuya vida laboral estuvo íntimamente ligada al difícil oficio de atender las bombas bencineras sin faltar un solo día a su trabajo.
Estos históricos inicios encontraron a un hombre cabal, dedicado por entero a la función encomendada por su patrón, don Ramón Fernández Diez. Eran los nuevos pasos en una época diferente a la primera bomba que funcionaba en calle Moraleda, y ésta, que era la segunda, se encontraba en plena calle Baquedano donde cientos de vehículos cumplían el tramo obligatorio hacia el puerto bajo la premisa popular de hoy bajamos para Aysén.
La última reliquia
Hemos reconocido una de estas gasolineras, que está exhibida en un local de la calle Bilbao, como verdadera reliquia, cumplidora de meritorias funciones en la época que más utilidad prestaban y que hoy es valorada desde el punto de vista de nostálgico artefacto laboral.
El único detalle verdaderamente sorprendente es que a don Vicente le faltara una pierna y pese a ello, arremetiera con reconocido entusiasmo para hacer que esta limitación no le impidiera cumplir su sueño. Siempre supo compensar con entusiasmo y verdadera devoción su condición y no le importó nada, a pesar del duro trabajo en medio de un despertar a nuevos tiempos, en que Coyhaique y Puerto Aysén abrían las puertas a otras etapas.
Estamos situados en 1937. La principal apertura caminera del Farellón se había terminado de construir unos años atrás y ya estaba operable para muy pocos vehículos que comenzaron a llegar y a trabajar por las tierras más inhóspitas de la Patagonia. Esos camiones, camionetas y autos habían comenzado a incrementar sus movimientos de tránsito, y debían obligatoriamente pasar a llenar estanques a la bomba Copec donde don Vicente, con la parsimonia que le demandaba su defecto físico, cumplía los encargos con diligencia especialísima cubriendo los pedidos de una forma impecable, resignado a su limitación que le acompañaría durante toda la vida.
La misma bomba bencinera que está exhibida en la entrada del Hostal Belisario Jara como reliquia, es la que utilizaron hombres como don Vicente. Si usted se acerca a ella, imagínese aquellos tiempos, cierre los ojos y medite. Algo pasará por su mente cuando evoque motores de camiones refunfuñando entre las bajas temperaturas del invierno, olor a combustible, oscuridad total y acaso algún enfrentamiento al miedo en esos viajes imposibles.
Tal vez se imagine a un hombre que avanza desde las sombras, cojeando dificultosamente para ir a cargar los estanques una y otra vez. Ese tan buen hombre sigue siendo todavía don Vicente Muñoz Ballesteros.
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